En colaboración con Alberto Huélamo.
Graduado en informática y posgrado en Data Science.
¿Cuántas
veces se ha dicho aquello de “la realidad supera la ficción”? La ciencia y la tecnología han permitido el progreso de
la humanidad de una forma incomparable. De mayor o menor forma, pero siempre in crescendo, se ha dependido de ellas. La población está más que curtida
literalmente, Asimov y Gibson, entre otros, y cinematográficamente, desde Blade Runner (1982) a Terminator pasando por una infinidad
más, de tratar los límites entre el humano y la máquina. No obstante, ¿Hasta
qué punto se es consciente de la realidad en la que se habita, de cómo afecta
ésta al entorno, de las relaciones que se mantienen entre humanos, de lo veloz
que avanza la tecnología, o de cómo cambian los cuerpos y las mentes?
¿Se evoluciona
hacia un posthumanismo? ¿Dónde finaliza la necesidad y empieza el deseo?
A través de
pioneras propuestas de investigación esta exposición, exhibida por el CCCB y
organizada por el Trinity College de Dublín, dividida en cuatro apartados, explora
las incógnitas de un futuro, quizás no muy lejano, dominado por los últimos
avances tecnológicos y biológicos. De la compenetración entre los experimentos
científicos y la era digital nace un nuevo camino para la especie lleno de
posibilidades evolutivas. +Humanos aborda estos
temas de manera artística y divulgativa, siempre con el ánimo de generar un
debate que nos haga pensar qué implicaciones existen en el continuo bombardeo
tecnológico en el que se encuentra el hombre.
El primer
apartado trata sobre las capacidades
aumentadas ¿Quién no ha soñado nunca con mejorar su condición física
superando los límites de la naturaleza? El concepto ciborg define al ser humano compuesto no sólo de elementos
orgánicos, sino también de dispositivos tecnológicos, un organismo cibernético.
Neil Hairbisson fue el primero de la historia. Nació con acromatopsia, es
decir, la incapacidad de distinguir colores. Decidió incorporarse una antena en
su cabeza que transforma las frecuencias luminosas en sonido y le permite
escuchar un espectáculo luminoso de colores. La antena forma parte de su
identidad. Hasta ha creado una app para Android llamada Eyeborg que permite a cualquiera experimentar parte de lo que vive.
Junto a Moon Ribas, coreógrafa que se incorporó un parche vibrador que responde
a los movimientos sísmicos de la Tierra, fundó
la Cyborg Foundation, que ánima a los humanos a convertirse en ciborgs,
al más puro estilo cyberpunk como narra el film Johnny Mnemonic (1995).
¿Puede una prótesis
responder a algo más que cubrir la falta de un miembro del cuerpo? Cuando se piensa en una prótesis viene a la
cabeza una imagen poco estética sobre un trozo de plástico hospitalario
adaptado a un cuerpo tullido. Nada más distinto de la realidad es lo que se
plantea aquí. Hay empresas que se dedican a realizar prótesis lowcost hasta lujuriosas y
personalizadas prótesis que incluyen sistema de carga de dispositivos mediante
usb. Estas capacidades que aportan, exceden las de un humano
corriente, pero no aportan a priori nada negativo. Aun así, ¿en qué momento
estas capacidades aumentadas harían
sentirse superiores a aquellos que las tuvieran o inferiores a aquellos que no?
En Deus Ex: Human Revolution
precisamente se trata esta cuestión. El futuro no esconde al tullido como un desmembrado marginado, sino que
lo alza a un ser capaz, evolucionado tecnológicamente y estéticamente aceptado.
El segundo
apartado expositivo trata sobre
encontrarse con otros. ¿Cómo ayuda la
tecnología a interactuar entre nosotros? ¿Hasta dónde pueden llegar los límites de la ética y la moral? ¿Hasta
dónde la tecnología puede hacernos la vida más funcional y práctica? Cuando
mezclamos los avances tecnológicos en ámbitos tan privados de la vida humana,
como pueden ser la maternidad o el sexo, la cosa se complica.
La madre y
artista Addie Wagenknech, bajo un discurso feminista, ha creado el
controvertido brazo robótico mecedor de cunas. Su idea era facilitar a la mujer
el trabajo en casa con sus hijos, pero ¿hasta qué punto deshumaniza al infante
este artilugio? ¿Dónde queda el calor humano en esta maternidad robotizada? Induce
repulsión cambiar la figura de la madre por una maquinaria y se cree que no hay
lugar para algo así, pero el caso es que ya existen mecedoras automáticas.
Las relaciones íntimas,
de cualquier tipo, no quedan exentas de la incursión tecnológica. El amor es fundamental para el ser humano,
tanto, que algunas empresas han decidido comercializar con él. DNA compatibility test es un kit de venta en EEUU para comprobar la
afinidad química y psicológica con tu pareja. El
test determina si dos personas serán emocionalmente
compatibles mediante una muestra de saliva. Instant Chemisry, empresa creadora del producto, ha aniquilado la naturalidad
de enamorarse. El romanticismo del siglo XXI ha sido
sustituido por un frotis bucal. ¿Merece
la pena basar una relación o el amor hacia una persona en el resultado de un
test?
Son muchos
los que a veces han experimentado mantener una relación a distancia. No es
fácil cuando la persona amada se encuentra a miles de kilómetros y ni siquiera
se le puede dar un beso de buenas noches. Es por eso que la industria de los
juguetes sexuales Kiiro ha dado un vuelco de tuerca para traspasar fronteras y
kilómetros. Se lanza al mercado el kit, para él y para ella, que permite tener
relaciones sexuales táctiles a distancia con tu pareja a través de la red. No
se habla de cibersexo a través de la pantalla, sino de incluir elementos
robóticos, la pregunta es, ¿se tendría sexo con un robot? ¿Es posible
tener sexo con alguien sin tenerlo al lado, sin sentir el calor del otro? Siempre hay que contar, además, que estos
sistemas no están libres de piratería informática y, por supuesto, de la
completa perdida de privacidad, emotividad, seducción, reciprocidad humana…Dejándolo
todo a un egoísta flujo unidireccional donde el otro no cuenta, pues no es
humano.
La empatía
es una característica del ser humano digna de experimentar. ¿Cuántas veces se pregunta a alguien eso de “en qué
piensas”? El equipo de Be Another Lab ha creado The machine to be another, un dispositivo que permite que dos
personas experimenten las sensaciones y los pensamientos ajenos. Estar, casi literalmente, en la piel de otro. Una instalación interactiva en la que a través de unas
gafas de realidad virtual, tipo
Oculus Rift, se
puede sentir de tal forma que cada uno se
observa a sí mismo desde distintos ojos. Al realizar un movimiento, la otra
persona verá en su visor ese movimiento en primera persona, lo cual provoca que
el cerebro trate de imitarlo. Este
ejercicio se ha usado para tratar a través de la empatía casos de racismo, o la
ayuda a personas discapacitadas en rehabilitación a sentir sus extremidades e
ir mejorando poco a poco.
El tema de
la privacidad también es importante. Se vive en la época de Gran Hermano, y no
en referencia al horrible programa de televisión, sino al que hablaba ya George
Orwell en su delatadora novela 1984.
Una de las instalaciones de la exposición permite que un montón de cráneos
robóticos sigan con la mirada a través de sus ojos mecánicos a cualquiera que
pase por delante creando una sensación de vigilancia y cierta angustia frente a
la privacidad. Es muy incómodo y confuso,
uno se siente observado sin que nadie le vea. Se dice que la información es
poder. Permanentemente se es vigilado y controlado
por espías virtuales. En una época en la que
se lleva encima dispositivos llenos de sensores y permanentemente conectados a
Internet, el acceso a esa información es más fácil que nunca. Lo cual convierte
a las corporaciones que manejan dichas plataformas en dueños y conocedores de
muchas facetas de la vida de las personas. A través de las cuentas Google en el teléfono, los GPS, los
reconocedores de voz, los pagos con tarjeta, el desbloqueo táctil a través de
la huella digital, el registro histórico de la red, Facebook… ¿Cuánta información
privilegiada se ofrece a la tecnología diariamente sin darse cuenta? ¿Quién
controla realmente todo ese sistema de seguridad que se esconde detrás de estos
datos? ¿Merece
la pena tanto tracking? ¿Se está
dispuesto a ofrecer más de lo que se imagina a grandes multinacionales
tecnológicas?
¿Quién no
recuerda los famosos juguetes de la primera etapa digital? Todos los niños
tenían uno, el primer juguete electrónico que les permitía asumir
responsabilidades con otro ser y, además, de una manera divertida. El Tamagotchi.
La ciencia da un paso más allá en la creación de la vida: el Tardigotchi. Se trata de un dispositivo de dos semiesferas conectadas que mezcla
la realidad virtual con la realidad biológica. Su creador y artista, Matt
Kenyon, proyecta el Tardigotchi como una mascota única del resultado de la
fusión de un organismo vivo y un avatar informático. Dentro de la semiesfera
que representa el tardigotchi se puede observar por un lado la pantalla de LED
con el avatar pixelado y por el otro lado un organismo microbiológico vivo. Al Tardigotchi
hay que alimentarlo a través de una aguja muy fina que inyecta sustancia para
el microorganismo siga con vida, incluso se le puede enviar mensajes a través
de un sistema mail.
http://www.swamp.nu/projects/tardigotchi/
El paso de la especie
humana por el mundo está dejando huella. Diseño
del entorno, el tercer apartado de la exposición, trata sobre ello. ¿Cómo
será capaz el ser humano de adaptase a los cambios que él mismo está causándole
a su entorno? La falta de alimentos o el exceso de personas están propiciando
nuevas teorías sobre las futuras escalas evolutivas. Sin tanto alimento para
tanta gente, el cuerpo humano se debería adaptar a la falta de energía, de modo
que, por ejemplo, el tamaño de los cuerpos disminuiría en altura. Incluso han
surgido iniciativas un tanto controvertidas para hacer que el ser humano sea
capaz de realizar la fotosíntesis. O las abejas, que son responsables de buena
parte del proceso de polinización de las plantas. Si se pierden, ¿qué se
debería hacer para mantener el ecosistema? Una serie de fotografías de una
persona realizando a mano el proceso de polinización ilustran cómo se debería
tomar el relevo en ese sentido.
El cuatro
apartado se llama la vida en los límites.
El ser humano tiende a diseñar su vida hacia las mejores posibilidades que
pueda obtener. Se quiere lo mejor de lo mejor. ¿Y si se pudiera elegir cómo
nacer o hasta cuándo vivir? Como bien trataba la película Gattaca (1997), lo que plantea la siguiente instalación es la
previa concepción de la vida, desde modificaciones en el ADN como
modificaciones físicas a los neonatos. Un ser humano hecho a medida para
adaptarse a nuevas condiciones de la vida que supuestamente le espera.
Las técnicas
de reproducción asistida ya permiten hacer un diagnóstico genético
preimplantacional del embrión que se quiere implantar que da información sobre
algunos caracteres del futuro bebé, como la elección del sexo, por ejemplo. Sin
embargo, ¿qué sucede cuando se pasa a presuposiciones ante estas modificaciones
genéticas? ¿Dónde finaliza la necesidad y comienza el capricho?
Una de las
instalaciones más polémicas de esta exposición, exhibe una ristra de bebés de
silicona modificados genéticamente, algunos de ellos para mejorar sus
condiciones de vida debido a enfermedades hereditarias y otros sometidos a pura
presuposición socio-ambiental. Algunos ejemplos realizados para paliar las
enfermedades genéticas son un bebé con uno de los dedos del pie extirpado para
la prevención del asma, u otro con una miostomia epidérmica, es decir, un
orificio situado en la parte baja del cráneo para la mejor absorción de
medicamentos. No obstante, otros bebés disponen de una epidermiplástia térmica,
es decir, de un estiramiento de la piel
del cráneo para el posible calentamiento global, una dilatación
artificial de las papilas para la mayor absorción de cafeína y el aumento así
de la productividad laboral, o una alienación de la nariz y el mentón por pura
visión simétrica y estética.
¿Cuánta
gente le teme a la muerte? Más que a morir, ¿cuánta gente teme a cómo morir?
¿Qué pasa cuando se muere? Si se cree en ello, ¿A dónde va el alma, o la
energía? Una respuesta posible que plantea la exposición es a una pila. Se muestra un
ataúd blanco que, en teoría, absorbería la energía restante que se sigue
generando poco tiempo después de la muerte y cargaría con ella pilas. Nuestros familiares las utilizarían a su
antojo donde creyeran más apropiado: el mando de la tele, el cepillo de dientes
eléctrico, o incluso un vibrador.
De momento,
la eutanasia está prohibida en nuestro país, no obstante se ha diseñado una
maqueta de una montaña rusa que mediría 500 metros de altura, llamada Euthanasia Coaster, por parte del
artista e ingeniero Julijonas Urbonas, que hipotéticamente está diseñada para
quitar la vida a una persona dejando al cerebro sin oxígeno gracias a altas fuerzas G y, de
tal forma, causar la muerte de sus ocupantes de manera placentera. Movimientos intensos y sensaciones eufóricas
hasta la pérdida de la consciencia total. Morir feliz tras un subidón de
adrenalina. ¿Por qué no? ¿No es algo bueno
ofrecer una forma plácida de morir a alguien que desea quitarse la vida?
Lo único que se puede
hacer hoy en día es especular sobre el futuro. Hay que hallar nuevos
equilibrios en intervalos de tiempo cada vez más cortos. Mucho de lo que se llama
naturaleza lleva milenios atemperada por la intervención humana. Así pues, si
todo se realiza bajo un control que satisfaga los límites éticos y morales, y
sea una ventaja para el ser humano y la raza del mañana, ¿por qué no hacerlo?
Se evoluciona para sobrevivir al medio, aunque irónicamente se altera ese medio
constantemente, no obstante, si la ciencia puede ayudar a ser +Humanos, ¿quién
dice que no es válido?
No habrá
jamás mayor incógnita que el propio ser humano.