Cómo ya es común en el sistema expositorio
del Macba, la siguiente muestra no tiene ni un orden cronológico ni temático en
sí, sino que es la presentación de las adquisiciones realizadas en estos últimos tres
años. El museo sigue demostrando el interés y la continuidad por aumentar su
patrimonio cultural.
Deseos
y necesidades genera un discurso dividido en ocho
ámbitos, alrededor de artistas consolidados en el arte contemporáneo, como
Lawrence Weiner, quien remarca la importancia del concepto en sus obras, y da
título a la exposición con una de ellas (Some
objects of desire, 2004); Richard Hamilton (1922-2011), en memoria de quien
está dedicada la exposición; Esther Ferrer entre otros, quienes determinan la
inspiración minimalista y la abstracción racional; Younès Rahmoun, ensalzando a la
creatividad de países lejanos como África o el Oriente; y por último, nuevas voces del arte de nuestro país, como
Mireia Sallarés o Patricia Dauder.
Durante toda la visita guiada que ofrece el Macba a la exposición, la guía insiste en remarcar el hecho
de que frente a estas obras es más importante el concepto de sentir antes que
el de entender. Remite al problema que la mayoría del público presenta
frente al arte contemporáneo. Personalmente, nunca he sido del lema “ojos que
no ven, corazón que no siente”. Entender es importante en el arte
contemporáneo, al menos para mí, puesto que si nos limitamos simplemente a
sentir, volveríamos, en cierta medida, a la sensación que produce el arte de décadas
atrás, y romperíamos los esquemas de una evolución que ha intentado superar conceptos y
cánones de belleza. Hablar sobre esta dicotomía del sentir y el entender siempre es caminar sobre una cuerda floja e intentar no caer al vacío. Con esto, no quiero
decir que ni todo el arte de décadas atrás sea meramente estético y visual, ni que todo el arte contemporáneo sea
una atrocidad que deba llegar al espectador sólo por la idea. Existen piezas contemporáneas muy
bellas y con conceptos brutalmente existenciales, aunque también detrás de
muchas se esconde el aprovechamiento de un movimiento y un
momento concreto, sin nada más que la obtención de la fama y el dinero.
Dicho esto, me posiciono como amante del
arte en general. Creo que intentamos disociar el arte a través de un estilo y otro, cuando en
realidad el arte es único, la evolución de una misma cosa a
través del tiempo.
John Baldessari me intrigó con su obra en
la que expone una imagen de un rinoceronte gigante y la fotografía de un enano en traje, remitiendo a la inspiración en Francisco
Goya, actualizando nociones de lo absurdo que tipifican las relaciones con los
objetos, imágenes y valores. Perdón, esto no lo entiendo, ni lo siento
tampoco. ¿Por qué Goya, y no Velázquez, por ejemplo?, ¿Dónde está la relación?
Si me pusiera a pensar sobre ello, quizás como historiadora del arte, podría
encontrar la relación que se comenta frente a las nociones del absurdo, pero
es tan rebuscada y está tan cogida por pinzas que no pienso ni argumentarla.
Cuando pregunté a la guía del museo por esta relación me comentó “no es
cuestión de entender sino de sentir”. Me recordó vagamente a cuando en el
colegio de monjas hacía una pregunta algo comprometida y me respondían “es
cuestión de fe, hija mía.”
Interesante me pareció la obra de Younès
Rahmoun (Marruecos, 1975), titulada 77.
Una instalación lumínica con 77 lámparas agrupadas en formaciones florales, que
representan las 77 brancas de la fe dentro del Islam, todo orientado hacia la
Meca. Se percibe el conjunto como un cielo estrellado, una paz espiritual y
universal, además destaca el papel de la importancia de las matemáticas y la
astronomía en la tradición musulmana. Una sencillez sublime a través del
espacio y la luz que evoca a la meditación.
Fascinante también el trabajo de Dora
García con su obra sobre el análisis del libro Ulises de James Joyce. La artista grabó y documentó a un grupo de
personas que se reunían para leer y comentar el libro de este
difícil autor. García, presentaba una mesa llena de libros con múltiples notas a pie de página,
que intentaban aclarar, cuestionar, resolver, etc, la complejidad de esta obra literaria, y un
audiovisual de dichas reuniones de este curioso club de lectores.
Durante la exposición se desarrolló un
hecho curioso. Un niño que paseaba por allí con su madre quiso acercarse más de
la cuenta a una obra y la tocó. Tocó uno de los libros de Dora. Enseguida
acudió el agente de seguridad a decirle que no estaba permitido. El niño
parecía no entenderlo, y le preguntó a su madre que por qué no podía tocar
aquello cuando en el otro museo sí podía. Supongo que el niño habría asistido a
otro tipo de exposición interactiva, quizás al Museo de la Ciencia en una
excursión escolar, no sé. La cuestión es que la madre no supo que responder, y en
cierto modo, está en lo cierto. Hoy en día, están muy de moda las exposiciones
interactivas dónde se hace participar al público para así poder empatizar con él directamente, y fomentar un aumento de visitas, mejora del
entendimiento y del entretenimiento, etc. No obstante, muchos de los museos que
gozan de esta categoría de “modernos y cosmopolitas”, a la hora de la verdad,
dicha intervención es muy relativa. Que no se puedan hacer malabares
con la Gioconda es más que comprensible, debido a su valor histórico, el seguro
monetario sobre la obra, la muerte del autor y la irreproductividad de ésta.
Sin embargo, que no pueda tocarse un libro que, irónicamente, se hizo para ser
examinado, y no precisamente contemplado; y además cuenta con la posibilidad de
reproductividad en caso de daño, un seguro monetario de un coste sostenible,
etc, no parece una idea muy sostenible.
Hay casos y casos. No todo debe ser permitido, pero tampoco prohibido.
Hay casos y casos. No todo debe ser permitido, pero tampoco prohibido.
En conclusión, entender yo entendí,
sentir…sí, puede decirse que sentí, obviamente. Aunque lo que más sentí
fueron los ensayos del concierto de música electrónica que se estaba organizando en el hall del museo. Impedimento totalmente molesto que, en ocasiones, dificultaba
seguir las explicaciones de la guía e implicarse en la exposición con el
respeto que ésta se merece. Positivamente, cabe comentar que, la entrada tiene la
duración ilimitada de una mensualidad,
así que puede volverse en otra ocasión más tranquila. No obstante, esto
debería funcionar como un apunte mental para la dirección de MACBA. Este museo ya se
construyó en su día sin ni siquiera tener una colección que albergar. Señores, debido a la ambición, empezamos la casa por el tejado. Este hecho siempre ha traído problemas de espacio y exposición con las obras, pero si aun así, se quiere estirar más del hilo de la estructura arquitectónica, deberían habilitarse tipo de espacios. Organizar eventos que son incompatibles entre sí sólo saca a la luz que por querer ser trending topic de la modernidad se someten a la mala gestión de esta monstruosidad blanca en
medio del Raval, la cual me deja un sabor agridulce de boca.
"Ars longa, vita brevis"
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