Es, si más no, curioso cómo puede llegar
a evolucionar un símbolo en la historia, pero es más curioso aun cómo puede
llegar a cambiar su significado dependiendo de los valores o contextos que se
quieran mostrar. La serpiente es un claro ejemplo de este hecho. Conocida hoy,
mayoritariamente, como un símbolo del mal asociada a lúgubres fines, cabe
destacar que su origen fue muy distinto.
En el antiguo Egipto, la diosa
cobra Uadyet era “Señora del Cielo” y protectora del faraón, símbolo del calor
del sol y la llama del fuego. Representaba la fuerza del crecimiento y la
fertilidad[1].
En Grecia, la serpiente era símbolo de
sabiduría y salud. Uno de los referentes más antiguos es el dios griego
Asclepio, que los romanos llamarían Esculapio, quien fue dios de la medicina. Su
atributo era una serpiente enrollada en un bastón, utilizado como símbolo de la
curación. Asclepio incluso tuvo en su poder la capacidad de resucitar a los
muertos, razón de su propia muerte y ascensión a los cielos como la
constelación Serpentario u Ofiuco representando un hombre rodeado por una
serpiente, símbolo de la vida renovada[2].
Confirmar parte de la veracidad de dicha historia hoy en día es tan sencillo
como observar que el símbolo de una farmacia sigue siendo una serpiente enroscada
en una copa o en el caduceo de Mercurio; en el último caso suelen ser dos
serpientes.
En la cultura oriental, la serpiente era
considerada como un animal sagrado, sabio, de aspecto positivo y portador de
buena suerte[3]. Aun
hoy, en China es una entidad protectora; un ejemplo metafórico de ello lo
encontramos en la Gran Muralla, construida para proteger al pueblo con una
forma larga y sinuosa sobre un terreno montañoso.
En India es símbolo del dios
Shivá, y sigue siendo venerada en algunas aldeas según sus creencias.[4]
En Mesoamérica las culturas indígenas
poseen grandes ejemplos del respeto que este animal presentaba; el más famoso
es el del dios Quetzalcóatl, la Serpiente emplumada (Fig.1), Kukulcán para los
Mayas[5].
Fue con la llegada del cristianismo,
sobre todo a partir de la Edad Media, cuando la iglesia estuvo en la cúspide de
su poder, pero también en la religión islámica a través del Corán, cuando dicho
animal se consagró como el mal, la representación del pecado y el símbolo del
demonio[6].
La serpiente es culpable de todo el
sufrimiento humano, culpable de tentar a Eva y Adán, culpable de que no vivamos
en un paraíso eterno. Tal como narran las primeras páginas del Antiguo
Testamento (Génesis, 3:14)[7]
después de la expulsión de la tierra sagrada, Dios condena a la serpiente a
arrastrarse y andar sobre su pecho. Esta idea suscita preguntas, como: ¿No se
arrastraba ya la serpiente? ¿Acaso tenía otra forma antes de la concepción del
pecado original? Además, Dios enemista desde ese momento a la mujer con la
serpiente prediciendo que la mujer pisaría la cabeza del animal. Esta última
apreciación ha servido como teoría iconográfica de redención del pecado en la
historia del arte. Numerosas pinturas testimonian este mensaje, sobre todo de
la época barroca, donde María encarna la figura de la Inmaculada Concepción,
pisando la cabeza de una serpiente, o bien Jesús infante quien la ayuda a dar
muerte al reptil presionando con su pie. La obra Madonna con el niño y Santa Ana (1605) de Michelangelo Merisi da Caravaggio
(1571-1610) que se encuentra en la Galería Borghese de Roma (Fig. 2), es un
ejemplo iconográfico magnífico del barroco.
No obstante, en el Nuevo Testamento
(Juan, 3:14) aporta otra visitón de este ser cuando Moisés clavó una serpiente
en una cruz para que fuera vista por todo el pueblo como símbolo de fuerza
curativa, de elixir mercurial, o lo que es lo mismo, de Cristo crucificado. El
mensaje se traduce en el sacrificio de uno para la redención de todos, de esta
forma el pueblo hebreo se libró de la plaga de serpientes que sufría. Una
representación artística la ofrece Miguel Ángel (1475-1564) en una de las
pechinas de la Capilla Sixtina, Serpiente
de bronce (1509). Ejemplos como estos se repiten a través de todas Las Sagradas
Escrituras; en numerosas ocasiones muestra contradicciones y ambigüedades del
verdadero significado de la serpiente.
Ante la visión tan dispar y
controvertida de la imagen simbólica de la serpiente, surgen algunas preguntas:
¿Por qué aun así habiendo más datos de
las cualidades positivas que negativas
de la serpiente se sigue atestiguando que es una representación del demonio?
¿Por qué es tan ferviente y está tan aferrada la idea de la serpiente asociada
a lo maligno, lo terrible y lo fatídico? Para finalmente plantearnos si el
movimiento del Simbolismo del siglo XIX tiene algo que ver con esta visión
negativa.
Durante el siglo XIX la mujer y la
serpiente experimentan un significativo reencuentro, pero, esta vez, la
situación es muy distinta a la de la época barroca. Así entramos en el campo de
lo morboso y lo sinuosamente pecaminoso, para mostrar a ambas como aliadas, Eva
pasa a ser Lilith. Así lo reflejan pintores como John Collier (1850-1934) en Lilith con una serpiente (1892) (Fig.3), y Franz Von Stuck en El pecado (1893) [8].
Se dice de Lilith que fue la primera mujer Adán, creada por Dios del barro como
el hombre, pero resultó tener el suficiente carácter como para no dejarse
oprimir ni dominar, lo que causó su propia marcha del paraíso y la posterior
creación de Eva a partir de una de las costillas de Adán[9].
Tanto John Collier como Franz Von Stuck
muestran a esta mujer, o su prototipo, sin rastro de redención alguna, sino
todo lo contrario, confirmación del pecado e incluso de un cierto regusto por
resaltar la lascivia[10].
La mujer se ha vuelto malvada, la serpiente la ha poseído por completo. La
influencia del arte japonés en el arte europeo es evidente desde mediados, y
sobre todo, a finales del siglo XIX. Las estampas “shunga” (escenas eróticas)
invadieron el mercado y eran coleccionadas por los artistas[11],
algunas de las cuales se exhibieron en la exposición que presentó el museo
Picasso bajo el título Imágenes secretas,
Picasso y la estampa japonesa (2009), remarcando este referente simbólico
que nos ocupa. Son muchos los artistas que pintaron a la mujer y al animal (más
allá de la serpiente) en ciertas actitudes que podrían catalogarse de lascivas,
como la estampa El pulpo y la mujer
buceadora (1814) de Katsushika Hokusai (1760-1849) e incluso representar el
mundo de Eros y Tanatos[12].
Se reafirma así, pero con intenciones distintas, el mensaje que ya proclamaba
la iglesia. La serpiente es un símbolo del mal y la mujer está unida a ello.
Ambas son el pecado.
Se retoma aquí la cultura egipcia para
centrar la atención en otro aspecto de la representación de la serpiente: el ouroboros (Fig.4), también llamado
uróboro, o lo que es lo mismo, la representación de una o dos serpientes que se
muerden la cola formando un círculo perfecto.
El primer ejemplo de este tipo se
encuentra en un jeroglífico hallado
en el 2.300 a.C en la cámara del sarcófago de la pirámide de Unas[13], dentro de un
programa funerario que mostraba una serpiente con escamas multicolores que se
devoraba la cola: las escamas simbolizaban las estrellas y la serpiente el universo,
el todo. La imagen respondía así a una de las preguntas más ansiadas sobre la
finalidad del ser, es decir: todas las cosas, aun siendo conectadas en el mundo
por la providencia divina, están sujetas a la putrefacción. Todo lo terrenal,
lo que representa al mundo sensible, tiene un fin, y siempre es el mismo y se
repite una y otra vez, como un círculo perfecto.
Aunque no siempre ha sido una serpiente,
otros animales, todos elementos naturales, como el gusano, el dragón o el pez
han podido también significar dichas cosas. O incluso el ave fénix, que muere
por combustión espontánea y renace luego de sus propias cenizas, es un ave, que
al igual que el símbolo del ouroboros, simboliza el ciclo natural de la vida,
la muerte y la resurrección sin fin. Se interpreta entonces que tanto la
serpiente como estos otros seres terrenales, acuáticos y aéreos, son elementos
naturales, no maléficos. Representan
la personificación de fenómenos como el sol, las fases de la luna, las olas del
mar subiendo hasta cierta altura y cayendo después para volver a empezar, etc.
El ouroboros ha sido representado incluso como un elemento físico
en el mundo de la ciencia, en el campo de la alquimia concretamente. En El libro de las figuras jeroglíficas de Nicolas Flamel
(1330-1413), famoso alquimista al que se le atribuye el descubrimiento de la
fantasiosa piedra filosofal capaz de proporcionar la vida eterna, se exhiben
grabados que aluden a las serpientes como unidad de todas las cosas, las
sensibles y las inteligibles[14]. Según el autor, éstas nunca desaparecen sino que
cambian de forma en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación, al igual
que representa la infinitud. Sin embargo, si se sigue indagando en el antiguo
Egipto, en la ciudad de Alejandría, concretamente en un tratado de alquimia del
siglo II a.C titulado Chrysopoeia de Cleopatra encontramos la inscripción
“hen to pan”[15] que significa: todo es uno;
rodeada por un ouroboros de color blanco y negro. Posiblemente el ouroboros
refleje incluso la dicotomía de otros símbolos similares de grandes fuerzas
opuestas, como el yin y el yang, ¿Qué es pues este símbolo si no una forma
serpenteante y doble, clara y oscura, inscrita en un círculo perfecto?
Los antiguos veían en este símbolo el
transcurso de los años, y el retorno al origen, palabras que recuperará siglos
después el alemán Friedrich Nietzsche[16]
(1844-1900). Para el filósofo, el ouroboros es el círculo de forma perfecta, el
eterno retorno, el esfuerzo eterno, la
encarnación de la rotación cíclica, la vida, la muerte, y la resurrección, por
los siglos de los siglos.
Así pues, viendo que generalmente es la
Biblia la encargada de recalcar la idea de maldad en la serpiente, podemos
plantearnos la siguiente pregunta: ¿Ha sido tan grande la influencia de la Iglesia
a través del tiempo y su difusión a través del arte tan potente, que ha hecho
que se desconozcan, se omitan, o se olviden los significados e interpretaciones
de otras culturas o de otros tiempos?
(Fig.1) Imagen tomada en la Ciudadela, el Templo de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, México,
2010.
|
(Fig.2) Detalle. Madonna
con el niño y Santa Ana,
(1605) Michelangelo Caravaggio, Galería Borghese, Roma.
|
(Fig.3) Lilith con una serpiente,
(1892) John Collier, Atkinson Art Gallery de Southport, Inglaterra.
|
(Fig.4) Ouroboros. ROOB, A., Alquimia y mística, museo hermético, Köln, Taschen, (1996) 1997, p.403. |
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Jerusalén. Barcelona, Associació bíblica de Catalunya, Claret editorial y
Societat bíbliques unides, (1993) 1994..
BORNAY, E., Las hijas de Lilith, Barcelona, Cátedra, (1990) 2010.
BRU, R., “Tentáculos de amor y muerte: de Hokusai a Picasso”, y “Ukiyo-e y
el japonismo en el entorno del joven Picasso”, Imágenes secretas, Picasso y la
estampa erótica japonesa (cat.exp), Barcelona, Museo Picasso, Instituto de
Cultura de Barcelona, 2009.
CABRERA CASTRO, R.,
“Excavaciones en la Ciudadela y el Templo de la Serpiente Emplumada”,
Teotihuacan, Ciudad de los Dioses (cat.exp.) Barcelona, Fundación La Caixa,
2011.
CID, C., Mitología oriental ilustrada, Barcelona, Vergara ediciones, (1962)
1968.
DIJKSTRA, B., Ídolos de perversidad: la imagen de la
mujer en la cultura de fin de siglo, Madrid,
Debate, (1986) 1993.
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Barcelona, Obelisco ediciones, (1399) 1996.
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NIETZSCHE, F., La gaya ciencia, Madrid, Akal ediciones, (1882) 1988.
NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, Barcelona, Cátedra
ediciones, (1883) 2008.
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y mística, museo hermético, Köln, Taschen,
(1996) 1997.
SCOTT LITTLETON, C., Mitología, antología
ilustrada de mitos y leyendas del mundo, Barcelona, Blume editorial, 2004.
[1] PETRIE
FLINDERS, W.M., La religión de los
antiguos egipcios, Barcelona, Abraxas ediciones, 1998, pp. 32-35.
[2]
GRIMAL, P., Diccionario de mitología
griega y romana, Barcelona, Ediciones
Paidós Ibérica, S.A., (1951) 1994, p. 55-56.
[3] CID, C., Mitología oriental ilustrada, Barcelona, Vergara ediciones, (1962)
1968, pp. 593-649.
[4] Ibídem, pp. 437-487.
[5] GONZALEZ TORRES, Y., Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica, México D.F, Larousse,
1991, p.104. Recientemente la edición del
catálogo de la exposición patrocinada por la Fundación La Caixa: Teotihuacan, ciudad de los Dioses; y específicamente
los artículos: Cabrera Castro, R., “Excavaciones en la Ciudadela y el Templo de
la Serpiente Emplumada”, Teotihuacan,
Ciudad de los Dioses (cat.exp.) Barcelona, Fundación La Caixa, 2011, pp.
91-95, podrán ampliar la información sobre este tema concreto.
[6] Esta es nuestra interpretación
en la cual nos preguntamos por qué es en el inicio del cristianismo cuando la
simbología de la serpiente empieza a cambiar.
[7]
Biblia de Jerusalén, Barcelona, Associació bíblica
de Catalunya, Claret editorial y Societat Bíbliques Unides, (1993) 1994.
[8]
La primera pintura se encuentra en Atkinson Art Gallery de Southport en
Inglaterra, y la segunda en la Pinacoteca de Munich.
[9] BORNAY, E., Las hijas de Lilith, Barcelona, Cátedra, (1990) 2010, pp.25-30.
[10]Para información general consultar: DIJKSTRA,
B., Ídolos de perversidad:
la imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Madrid,
Debate, (1986) 1993.
[11] BRU, R., “Ukiyo-e y el japonismo
en el entorno del joven Picasso”, Imágenes
secretas, Picasso y la estampa erótica japonesa (cat.exp), Barcelona, Museo
Picasso, Instituto de Cultura de Barcelona, 2009, pp. 28-34.
[12]BRU, R., “Tentáculos de amor y muerte: de Hokusai a Picasso”, Imágenes secretas, Picasso y la estampa
erótica japonesa (cat.exp), Barcelona, Museo Picasso, Instituto de Cultura
de Barcelona, 2009, pp. 55-69.
[13]
ROOB, A., Alquimia y mística, museo hermético,
Köln, Taschen, (1996) 1997, p. 425.
[14] FLAMEL, N., El libro
de las figuras jeroglíficas, Barcelona, Obelisco ediciones, (1399) 1996,
p.1.
[15] McCOY, C., disponible en world wide
web: < http://www.dragon.org/chris/ouroboros.html>
[16]
Para más información sobre la idea del eterno retorno consulte: NIETZSCHE, F., La gaya ciencia, Madrid, Akal ediciones,
(1882) 1988, y NIETZSCHE, F., Así habló
Zaratustra, Barcelona, Cátedra ediciones, (1883) 2008. Complementar con la
interpretación de KLOSSOWSKI, P., Nietzsche
y el círculo vicioso, Madrid, Arena libros, (1969) 2004.
"Ars longa, vita brevis"
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