jueves, 30 de julio de 2015

DESEOS Y NECESIDADES. Nuevas incorporaciones a la colección MACBA

Cómo ya es común en el sistema expositorio del Macba, la siguiente muestra no tiene ni un orden cronológico ni temático en sí, sino que es la presentación de las adquisiciones realizadas en estos últimos tres años. El museo sigue demostrando el interés y la continuidad por aumentar su patrimonio cultural.
Deseos y necesidades genera un discurso dividido en ocho ámbitos, alrededor de artistas consolidados en el arte contemporáneo, como Lawrence Weiner, quien remarca la importancia del concepto en sus obras, y da título a la exposición con una de ellas (Some objects of desire, 2004); Richard Hamilton (1922-2011), en memoria de quien está dedicada la exposición; Esther Ferrer entre otros, quienes determinan la inspiración minimalista y la abstracción racional;  Younès Rahmoun, ensalzando a la creatividad de países lejanos como África o el Oriente; y por último, nuevas voces del arte de nuestro país, como Mireia Sallarés o Patricia Dauder.



Durante toda la visita guiada que ofrece el Macba a la exposición, la guía insiste en remarcar el hecho de que frente a estas obras es más importante el concepto de sentir antes que el de entender. Remite al problema que la mayoría del público presenta frente al arte contemporáneo. Personalmente, nunca he sido del lema “ojos que no ven, corazón que no siente”. Entender es importante en el arte contemporáneo, al menos para mí, puesto que si nos limitamos simplemente a sentir, volveríamos, en cierta medida, a la sensación que produce el arte de décadas atrás, y romperíamos los esquemas de una evolución que ha intentado superar conceptos y cánones de belleza. Hablar sobre esta dicotomía del sentir y el entender siempre es caminar sobre una cuerda floja e intentar no caer al vacío. Con esto, no quiero decir que ni todo el arte de décadas atrás sea meramente estético y visual, ni que todo el arte contemporáneo sea una atrocidad que deba llegar al espectador sólo por la idea. Existen piezas contemporáneas muy bellas y con conceptos brutalmente existenciales, aunque también detrás de muchas se esconde el aprovechamiento de un movimiento y un momento concreto, sin nada más que la obtención de la fama y el dinero.
Dicho esto, me posiciono como amante del arte en general. Creo que intentamos disociar el arte a través de un estilo y otro, cuando en realidad el arte es único, la evolución de una misma cosa a través del tiempo.

John Baldessari me intrigó con su obra en la que expone una imagen de un rinoceronte gigante y la fotografía de un enano en traje, remitiendo a la inspiración en Francisco Goya, actualizando nociones de lo absurdo que tipifican las relaciones con los objetos, imágenes y valores. Perdón, esto no lo entiendo, ni lo siento tampoco. ¿Por qué Goya, y no Velázquez, por ejemplo?, ¿Dónde está la relación? Si me pusiera a pensar sobre ello, quizás como historiadora del arte, podría encontrar la relación que se comenta frente a las nociones del absurdo, pero es tan rebuscada y está tan cogida por pinzas que no pienso ni argumentarla. Cuando pregunté a la guía del museo por esta relación me comentó “no es cuestión de entender sino de sentir”. Me recordó vagamente a cuando en el colegio de monjas hacía una pregunta algo comprometida y me respondían “es cuestión de fe, hija mía.”



Interesante me pareció la obra de Younès Rahmoun (Marruecos, 1975), titulada 77. Una instalación lumínica con 77 lámparas agrupadas en formaciones florales, que representan las 77 brancas de la fe dentro del Islam, todo orientado hacia la Meca. Se percibe el conjunto como un cielo estrellado, una paz espiritual y universal, además destaca el papel de la importancia de las matemáticas y la astronomía en la tradición musulmana. Una sencillez sublime a través del espacio y la luz que evoca a la meditación.



Fascinante también el trabajo de Dora García con su obra sobre el análisis del libro Ulises de James Joyce. La artista grabó y documentó a un grupo de personas que se reunían para leer y comentar el libro de este difícil autor. García, presentaba una mesa llena de libros con múltiples notas a pie de página, que intentaban aclarar, cuestionar, resolver, etc, la complejidad de esta obra literaria, y un audiovisual de dichas reuniones de este curioso club de lectores.



Durante la exposición se desarrolló un hecho curioso. Un niño que paseaba por allí con su madre quiso acercarse más de la cuenta a una obra y la tocó. Tocó uno de los libros de Dora. Enseguida acudió el agente de seguridad a decirle que no estaba permitido. El niño parecía no entenderlo, y le preguntó a su madre que por qué no podía tocar aquello cuando en el otro museo sí podía. Supongo que el niño habría asistido a otro tipo de exposición interactiva, quizás al Museo de la Ciencia en una excursión escolar, no sé. La cuestión es que la madre no supo que responder, y en cierto modo, está en lo cierto. Hoy en día, están muy de moda las exposiciones interactivas dónde se hace participar al público para así poder empatizar con él directamente, y fomentar un aumento de visitas, mejora del entendimiento y del entretenimiento, etc. No obstante, muchos de los museos que gozan de esta categoría de “modernos y cosmopolitas”, a la hora de la verdad, dicha intervención es muy relativa. Que no se puedan hacer malabares con la Gioconda es más que comprensible, debido a su valor histórico, el seguro monetario sobre la obra, la muerte del autor y la irreproductividad de ésta. Sin embargo, que no pueda tocarse un libro que, irónicamente, se hizo para ser examinado, y no precisamente contemplado; y además cuenta con la posibilidad de reproductividad en caso de daño, un seguro monetario de un coste sostenible, etc, no parece una idea muy sostenible.
Hay casos y casos. No todo debe ser permitido, pero tampoco prohibido.


En conclusión, entender yo entendí, sentir…sí, puede decirse que sentí, obviamente. Aunque lo que más sentí fueron los ensayos del concierto de música electrónica que se estaba organizando en el hall del museo. Impedimento totalmente molesto que, en ocasiones, dificultaba seguir las explicaciones de la guía e implicarse en la exposición con el respeto que ésta se merece. Positivamente, cabe comentar que, la entrada tiene la duración ilimitada de una mensualidad, así que puede volverse en otra ocasión más tranquila. No obstante, esto debería funcionar como un apunte mental para la dirección de MACBA. Este museo ya se construyó en su día sin ni siquiera tener una colección que albergar. Señores, debido a la ambición, empezamos la casa por el tejado. Este hecho siempre ha traído problemas de espacio y exposición con las obras, pero si aun así, se quiere estirar más del hilo de la estructura arquitectónica, deberían habilitarse tipo de espacios. Organizar eventos que son incompatibles entre sí sólo saca a la luz que por querer ser trending topic de la modernidad se someten a la mala gestión de esta monstruosidad blanca en medio del Raval, la cual me deja un sabor agridulce de boca. 

"Ars longa, vita brevis"